3 octubre, 2024
Es seguro que los más jóvenes adquieren rápidamente habilidades digitales, pero convertir esas habilidades en capacidades va a resultar tan costoso como en el resto de mortales.

La semana pasada, mi amiga Raquel Faubel me planteó un gran reto: dar una clase sobre el uso de redes sociales a alumnos de 2º de fisioterapia de la Universitat de Valencia.

Es decir, hablar de un tema conocido pero a un auditorio nada habitual para mí: gente a la que duplico en edad y de la que, por tanto, me separan varias generaciones de referentes culturales y sociales. De modo que con muchas dudas ¿aba a aburrirles? ¿les interesaría el tema y aguantarían toda una hora de rollo? Para allá que me fui con mi lápiz de memoria en el bolsillo.

Al entrar en el aula, mis peores temores se vieron materializados. Una sala grande llena hasta las trancas de lo más granado de la generación X. Tras una pequeña encuesta a mano alzada, se puso en evidencia que el uso de unas plataformas u otras es absolutamente generacional. Todos – ¿120? ¿150? – tenían cuenta en Instagram, unos 10 tenían cuenta en Facebook y sólo 3 o 4 usaban Twitter. Y lo que es más importante, ninguno de ellos usaba las redes sociales para temas relacionados con sus estudios.

Bueno, las cosas fueron estupendamente, estuvieron atentos a la larga presentación (diría que incluso un poco perplejos) y hubo aplauso final y todo, que dado lo que tenía enfrente me supo a vuelta al ruedo y salida por la puerta grande (o a salir victorioso de la Batalla del Abismo de Helm, para los antitaurinos)

El turno de preguntas me resultó sumamente interesante. Algunos alumnos me comentaron que desconocían que existiera todo un mundo profesional en las redes sociales, que pensaban que Twitter, por ejemplo, se usaba principalmente para discutir de política. Y esto debería darnos que pensar, especialmente si pensamos que la revolución digital ya está hecha.

Queda mucho camino por recorrer, porque los que serán profesionales –fisioterapeutas, médicos, enfermeros. . .- dentro de muy pocos años van a llegar a encontrarse con su primer paciente sin ser conscientes de que el mundo sanitario ha cambiado, que en buena parte ese cambio se debe a lo digital, y que tendrán que realizar un esfuerzo personal para salvar la cada vez mayor fractura entre las organizaciones sanitarias y la realidad de la calle.

Ser milennial, o de la generación Z, ser un nativo digital no nos hace nacer con un pan debajo del brazo. Es seguro que los más jóvenes adquieren rápidamente habilidades digitales, pero convertir esas habilidades en capacidades va a resultar tan costoso como en el resto de mortales.

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